El león sí es como lo pintan
Desde la conceptualización de un lenguaje como instrumento para poder comunicar ideas,
sentimientos, y pensamientos, el ser humano desarrolló la habilidad de poder describir su
entorno a partir de concepciones, que paulatinamente, evolucionaron a etiquetas. Conceptos
que buscarían conglomerar características diferenciadoras entre una u otra persona, por
ejemplo: aquella que cuente sea alta, refiere a aquel individuo que cuenta con una talla
superior a la promedio, y que destaca dentro de esta comunidad; por lo tanto, gracias a esa
etiqueta, ella misma se definirá como una persona alta. Porque socialmente así es
identificado y reconocido.
Dentro del sistema educativo estas etiquetas fungieron como elementos lingüísticos
diferenciadores, sí; empero, por medio de una tergiversación paulatina, aquellos conceptos
que buscaban describir un comportamiento, característica física o forma de ser, evolucionó a
recursos discriminativos para aquellos que eran acreedores a estos. Un ejemplo de esto son
las palabras peyorativas como tonto, chaparro o feo, que no solo fueron empleadas por
terceras personas, sino que fueron adoptadas por las mismas personas para describirse o
justificar su comportamiento, a saber: es que no puedo aprender cosas nuevas porque soy
tonto, no puedo jugar baloncesto porque soy chaparro, o nadie me mira porque soy feo.
En conclusión, si una persona se apropia de una etiqueta, socialmente denominada
como negativa (aquellas que no favorecen nuestra aceptación en la sociedad), su forma de
pensar será limitada y/o dirigida por esta misma. Las personas no son disléxicas, sino que
cometen errores de tipo dislexico. No existen personas con discapacidades, sino personas con necesidades educativas especiales. Es decir, el león sí es como lo pintan, porque las
descripciones que nosotros hagamos sobre ese león será la diferencia entre un cazador para el cual no existen imposibles, o una presa que se limite a sobrevivir con lo que tiene.
Autor: Brandon Z.
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