LA IMPORTANCIA DE LA CONGRUENCIA
Podemos tranquilamente afirmar que en la mayoría de los casos las conductas de nuestros hijos están sujetas a lo que han aprendido de nosotros. Y no me refiero únicamente a lo que nos hemos dispuesto a enseñarles, sino también a aquello que aprenden y que no quisiéramos que aprendieran de nosotros. Suelen aprender nuestras respuestas impulsivas o agresivas, nuestras incongruencias, nuestra indiferencia o desidia, nuestra arbitrariedad, nuestra manera de defendernos cuando nos sentimos cuestionados o amenazados, etc., y todo eso cuando ni sospechamos que de alguna forma lo estamos transmitiendo. No podemos esperar que los niños (sobre todo los más pequeños) tengan el discernimiento de determinar conscientemente si nuestra conducta es positiva o negativa y si debería o no ser imitada. Ellos simplemente observan, registran, guardan, aprenden.
El comportamiento de los padres tiene mayor impacto que las palabras. Si un padre le pide al niño que sea generoso, pero él no realiza el acto de compartir, difícilmente el niño pueda adquirir el valor de la generosidad. No podemos exigir aquello que nosotros no realizamos. Esto aplica como regla general, sea para el comportamiento, manera de hablar, higiene, forma de comer, etc.
Aquí un ejemplo de la importancia de ser congruentes: el niño que, en su afán de sentirse mayor, agarra un vaso de cristal con la auténtica intención de demostrar que puede hacerlo, se sirve tambaleantemente el jugo que ha sacado de la nevera, mientras su madre le contempla advirtiéndole y hasta asegurándole que lo va a derramar. El niño, con el vaso más lleno de la cuenta, intenta beber mientras camina (como suelen hacer todos), derramando de a poco y sin darse cuenta. Luego, al ser llamada su atención de manera abrupta, se le cae finalmente el vaso rompiéndose en cuchumil pedazo y desparramando jugo por todas partes, cumpliéndose aquel presagio. A esto le sigue el correspondiente sermón y a veces hasta castigo por desobediente y poco cuidadoso, porque queremos criar a nuestros hijos derechitos y a veces se nos va la mano en
cosas tontas y simples, cuando curiosamente dejamos pasar (por descuido o pereza) otras que sí son importantes o trascendentes.
¿A dónde voy con el ejemplo del vaso? Pues que otro día se le cae el vaso a papá, porque sí, porque le pasa a cualquiera, pero esta vez no pasa nada, nadie dice nada. Con detalles tan simples como éste le estamos enseñando a nuestros hijos la intolerancia relativa, la incongruencia y la injusticia en el hogar. Se me ocurren miles de ejemplos más: con aquellas típicas resoluciones de situaciones entre hermanos, donde el mayor tiene que ceder por encima de todo ante el más pequeño, solo porque los padres no quieren oírle llorar… ahí enseñamos la injusticia. Cuando castigamos a nuestros hijos por decir una mentira, pero los hacemos partícipes presenciales y hasta cómplices de las nuestras, ahí mostramos la incongruencia.
Con la exposición de este tema, no se trata de determinar lo que se corrige o lo que no, cada familia tiene el derecho y deber de estructurar sus reglas y su sistema de disciplina; se trata más bien de mantener la coherencia y ser congruentes con lo que enseñamos. Por otro lado, a veces mimamos en exceso y es importante aquí aclarar que el amor nunca sobra, siempre es bueno, el problema es cuando consentimos y permitimos en exceso. Sentamos precedentes y ya luego nos resulta difícil poner límites, cuando se nos vienen encima ciertas situaciones. Educar con amor es importante, con confianza, con armonía en las relaciones… pero es necesario equilibrar con límites, respeto a los mayores y a las reglas.
Los niños necesitan aparte de nuestro amor incondicional: instrucción, disciplina, estructura, reglas claras, pero sobre todo contar con nuestro ejemplo, siendo siempre congruentes y consistentes con lo que queremos enseñar, de lo contrario nos veremos tarde o temprano frente a situaciones que nos pasarán factura. Es el hogar donde los niños encuentran su mejor escuela para la vida y es el ejemplo uno de los más valiosos instrumentos educativos con los que cuentan los padres.
La clave está en que, en el proceso de educar, logremos el equilibrio entre el amor, la disciplina, la instrucción y el ejemplo. Debemos lograr un adecuado balance entre estos puntos ya que, amor sin disciplina genera hijos caprichosos y egoístas; disciplina sin amor genera hijos con frustraciones y resentimientos. De la misma forma, aunque tengamos una instrucción adecuada, sin el ejemplo congruente o coherente con la educación que estamos dando, ésta carecerá de fuerza y terminará siendo menospreciada por nuestros hijos. Igual que no tendría tampoco mucho sentido limitarnos a dar un buen ejemplo sin los argumentos y el razonamiento necesario para la comprensión de lo que queremos enseñar.
Finalmente, tengamos siempre presente que somos constantemente observados y seremos tarde o temprano imitados por nuestros hijos. Que lo que ellos serán en el día de mañana guarda una estrecha relación con lo que les transmitimos y que con nuestro ejemplo podemos generar dos tipos de consecuencias: destrucción o edificación y eso dependerá de cada uno de nosotros.
AUTORA ARANXA
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